Atraviesa el pecho
helado de Normandía
Y recoge semillas que
deja caer por Europa
Desde el día en que
nació.
Sale de casa muy
temprano, y seduce
Al madrugador a quedar
en cama.
No quiere que nadie le
vea llorar
Y deja sus lágrimas
frías en cada hoja de cada planta
Que Dios padre le
regaló y que él cuida
Mejor que nadie...
Mejor que nadie le vea
llorar;
O se convertirá en
huracán de sentimientos
Que azota movibles haciéndolos chocar, avisando su paso,
Creando pesadillas en
el encéfalo de los jóvenes
Que, sudoríparos,
corren hacia su salvadora mamá.
Nunca tuvo madre, ni
nunca la tendrá
Y va buscándola todas
las madrugadas,
Hasta que la luna deja
de brillar tras el telón.
Mas, si le hace falta,
bajará al mediodía,
Lentos y calurosos
pies, para seguir buscando.
Andando cabizbajo. Sigue
sin encontrar nada y regresa a Siberia,
De donde recuerda
haber partido, y pregunta al cabrero de turno
Y, éste, rezuma de
alegría y corre al Pueblo para contar la nueva buena.
Resopla el viento y se
lo creen Dios. Pero nadie responde.
Entonces se da cuenta
de que debe de andar por el Riff, su madre,
Y recorre desiertos
Y escala pendientes
Y rebota en Neptuno,
que moquea en su barca,
Y se presenta en plena
marcha verde atizando con arena la nuca
De todos los
luchadores.
Y justo en el momento
de morir,
Cuando ya no le queda un atisbe de esperanza
Ya perdido en un mar de dunas, alguien le toca la espalda,
Alguien empuja su esencia.
-¡Un insignificante
suspiro!-
Y entonces, sólo
entonces, se da cuenta de que nadie le va a responder
De que nadie, nadie,
nadie podrá ser su mamá…
En ese momento es
cuando al aire, científicamente, lo llamamos huracán.